“La mente consciente emerge a partir de la actividad eléctrica y química de una gran cantidad de células que componen nuestro encéfalo”. En Neurociencia para Julia, un libro escrito por el neurofisiólogo y divulgador Xurxo Mariño, se ha mantenido una descripción organizada y sencilla de las estructuras, funciones y características del sistema nervioso del ser humano.
El libro tiene una lectura muy amena, comenzando con descripciones de elementos básicos necesarios para la comprensión de los siguientes capítulos, más complejos en contenido, pero manteniendo la forma sencilla y divulgativa de narración. Se trata de una guía que pasa por la comprensión del funcionamiento de las redes neuronales y sus contactos sinápticos, y continúa describiendo los sentidos y las ilusiones, los mapas cerebrales, la formación de la memoria, la producción del movimiento, el lenguaje, las particularidades del sueño, la relación mente-cuerpo, el funcionamiento de algunas drogas, las enfermedades neuronales, cíborgs y robots, y para terminar, subraya los muchos cuentos pseudocientíficos que intentan hacernos creer (telepatía, poder mental sobre la materia y espíritus del más allá).
En cuanto al contenido, y para empezar, según explica Mariño, el sistema nervioso está compuesto por una red de células especializadas en la trasmisión de impulsos eléctricos, cuyo principal cometido es el paso de información desde nuestros sistemas sensoriales, externos e internos, hasta las estructuras efectoras del organismo, como los músculos, pasando por el encéfalo, capaz de organizar cada estimulo y sintetizar respuestas.
Este sistema no es imprescindible para la vida, ya que muchos organismos son capaces de sobrevivir sin poseerlo. Sin embargo, se ha visto una correlación entre la capacidad de movimiento de los animales y el desarrollo de estas estructuras neuronales, relacionadas con el sistema motor. La creación en la mente de una realidad que nos rodea a partir de los estímulos que nos llegan por los sentidos, hace que podamos anticiparnos, responder y crear recuerdos a partir de los cuales se generarán nuevos patrones de actuación. Con ello los animales obtuvieron grandes mejoras, y la propia presión selectiva ayudó a afianzar estas ventajas.
La percepción que tenemos del entorno que nos rodea es el resultante del conjunto de estímulos que recibimos por cada uno de nuestros receptores sensoriales, se complementan entre sí para formar un todo. De hecho, en algunas ocasiones los sentidos pierden independencia y los estímulos sufren interferencias, denominadas sinestesias, como les ocurre a las personas que asocian colores con palabras, o sonidos con imágenes.
El hecho de mantener estas percepciones en nuestra mente, lo que comúnmente se denomina memoria, ha sido útil desde el comienzo de la evolución de la vida animal para la anticipación y predicción conforme a los acontecimientos pasados. Resolver los problemas con actuaciones rápidas con desenlace conocido siempre es un acierto.
Como no son iguales todos los problemas que tenemos que resolver echando mano a la memoria que poseemos, tampoco son iguales los tipos de registros de memoria a los que tenemos que acudir. Cabe destacar la memoria de trabajo, o de corto plazo, la que utiliza un camarero para servir los platos; memoria semántica, con la que unimos palabras con significados; memoria autobiográfica, cuyos recuerdos utilizamos para formar el “yo”; y memoria espacial, con la que nos situamos en estancias conocidas. Además podemos añadir la memoria motora, con la que nos es más fácil realizar ciertos movimientos cotidianos, como el de escribir estas frases.
Sabemos, entonces, que gracias al gran entramado de redes neuronales podemos disponer rápidamente de recuerdos que nos ayudan a tomar mejores decisiones. La pregunta es, ¿cuándo empezamos a recordar?
Los primeros recuerdos coinciden con los momentos en los que comenzamos a ganar capacidades lingüísticas. El lenguaje es la herramienta que utilizamos los seres humanos para la descripción de figuras, sensaciones y acontecimientos, y es esta la forma de interiorizar y asentar todas estas descripciones en la memoria.
Una de las cuestiones más curiosas sobre la memoria, a mi parecer, es la que procede del hipocampo. En esta región del encéfalo, se produce el asentamiento de la memoria, es decir, los potenciales recuerdos solo pueden convertirse en memorables cuando “pasan” por el hipocampo. Cuando se lesiona se produce la denominada amnesia anterógrada, ya que los nuevos acontecimientos no pueden convertirse en recuerdos, y el “yo” autobiográfico finaliza su historia en ese momento. Sin embargo, este proceso puede producirse de forma mucho más leve, y con pérdida de recuerdos de unas cuantas horas, como sucede después de una buena borrachera, y es que no recordamos nada de lo sucedido porque los acontecimientos no se han fijado en el hipocampo por el estado de embriaguez de nuestro sistema nervioso.
Otro de los aspectos que resultan destacables de Neurociencia para Julia es el del sueño, la pérdida del “yo consciente” para construir una mente que viaja por mundos imposibles. Se piensa que necesitamos dormir para conservar energía, frenar el aumento de la constante excitabilidad de las neuronas, para la biosíntesis de sustancias necesarias y la formación de memoria (de la manera que antes he comentado). Sin embargo, ¿qué ocurre en nuestro sistema nervioso cuando dormimos? ¿Se apagan las redes eléctricas? ¿Desaparece la consciencia?
En esencia, transcurren ciclos de cambio en la frecuencia de los impulsos nerviosos, desde frecuencias bajas del sueño profundo, a frecuencias “normales” en la fase de sueño paradójico o fase REM. En la etapa de sueño profundo, las neuronas bailan al unísono con la misma baja frecuencia de manera sincronizada. En la etapa REM, la frecuencia del impulso es igual que en vigilia (cuando estamos despiertos), donde la actividad neuronal ya no es sincrónica sino que vuelve a ser individualizada. En esta fase se producen las ensoñaciones, resultado de la alta actividad neuronal y, por tanto, de la reaparición de nuestro “yo”, solo que en realidades inventadas por nosotros mismos.
La generación de estos ciclos de sueño profundo y fase REM no es constante, y conforme transcurre la noche, la fase REM se hace más notable. Si nos ponemos a pensar esto tiene sentido, ya que si necesitamos despertarnos sería de utilidad tener preparada la mente para un nuevo día.
Estos procesos, y otros muchos, son los que se estudian hoy en día en materia de neurobiología. Puede que solo hayamos dado unas pinceladas a nuestros comportamientos más anecdóticos, pero nuestro sistema neurológico tiene más información que ofrecer y que percibir.
El libro tiene una lectura muy amena, comenzando con descripciones de elementos básicos necesarios para la comprensión de los siguientes capítulos, más complejos en contenido, pero manteniendo la forma sencilla y divulgativa de narración. Se trata de una guía que pasa por la comprensión del funcionamiento de las redes neuronales y sus contactos sinápticos, y continúa describiendo los sentidos y las ilusiones, los mapas cerebrales, la formación de la memoria, la producción del movimiento, el lenguaje, las particularidades del sueño, la relación mente-cuerpo, el funcionamiento de algunas drogas, las enfermedades neuronales, cíborgs y robots, y para terminar, subraya los muchos cuentos pseudocientíficos que intentan hacernos creer (telepatía, poder mental sobre la materia y espíritus del más allá).
En cuanto al contenido, y para empezar, según explica Mariño, el sistema nervioso está compuesto por una red de células especializadas en la trasmisión de impulsos eléctricos, cuyo principal cometido es el paso de información desde nuestros sistemas sensoriales, externos e internos, hasta las estructuras efectoras del organismo, como los músculos, pasando por el encéfalo, capaz de organizar cada estimulo y sintetizar respuestas.
Este sistema no es imprescindible para la vida, ya que muchos organismos son capaces de sobrevivir sin poseerlo. Sin embargo, se ha visto una correlación entre la capacidad de movimiento de los animales y el desarrollo de estas estructuras neuronales, relacionadas con el sistema motor. La creación en la mente de una realidad que nos rodea a partir de los estímulos que nos llegan por los sentidos, hace que podamos anticiparnos, responder y crear recuerdos a partir de los cuales se generarán nuevos patrones de actuación. Con ello los animales obtuvieron grandes mejoras, y la propia presión selectiva ayudó a afianzar estas ventajas.
La percepción que tenemos del entorno que nos rodea es el resultante del conjunto de estímulos que recibimos por cada uno de nuestros receptores sensoriales, se complementan entre sí para formar un todo. De hecho, en algunas ocasiones los sentidos pierden independencia y los estímulos sufren interferencias, denominadas sinestesias, como les ocurre a las personas que asocian colores con palabras, o sonidos con imágenes.
El hecho de mantener estas percepciones en nuestra mente, lo que comúnmente se denomina memoria, ha sido útil desde el comienzo de la evolución de la vida animal para la anticipación y predicción conforme a los acontecimientos pasados. Resolver los problemas con actuaciones rápidas con desenlace conocido siempre es un acierto.
Como no son iguales todos los problemas que tenemos que resolver echando mano a la memoria que poseemos, tampoco son iguales los tipos de registros de memoria a los que tenemos que acudir. Cabe destacar la memoria de trabajo, o de corto plazo, la que utiliza un camarero para servir los platos; memoria semántica, con la que unimos palabras con significados; memoria autobiográfica, cuyos recuerdos utilizamos para formar el “yo”; y memoria espacial, con la que nos situamos en estancias conocidas. Además podemos añadir la memoria motora, con la que nos es más fácil realizar ciertos movimientos cotidianos, como el de escribir estas frases.
Sabemos, entonces, que gracias al gran entramado de redes neuronales podemos disponer rápidamente de recuerdos que nos ayudan a tomar mejores decisiones. La pregunta es, ¿cuándo empezamos a recordar?
Los primeros recuerdos coinciden con los momentos en los que comenzamos a ganar capacidades lingüísticas. El lenguaje es la herramienta que utilizamos los seres humanos para la descripción de figuras, sensaciones y acontecimientos, y es esta la forma de interiorizar y asentar todas estas descripciones en la memoria.
Una de las cuestiones más curiosas sobre la memoria, a mi parecer, es la que procede del hipocampo. En esta región del encéfalo, se produce el asentamiento de la memoria, es decir, los potenciales recuerdos solo pueden convertirse en memorables cuando “pasan” por el hipocampo. Cuando se lesiona se produce la denominada amnesia anterógrada, ya que los nuevos acontecimientos no pueden convertirse en recuerdos, y el “yo” autobiográfico finaliza su historia en ese momento. Sin embargo, este proceso puede producirse de forma mucho más leve, y con pérdida de recuerdos de unas cuantas horas, como sucede después de una buena borrachera, y es que no recordamos nada de lo sucedido porque los acontecimientos no se han fijado en el hipocampo por el estado de embriaguez de nuestro sistema nervioso.
Otro de los aspectos que resultan destacables de Neurociencia para Julia es el del sueño, la pérdida del “yo consciente” para construir una mente que viaja por mundos imposibles. Se piensa que necesitamos dormir para conservar energía, frenar el aumento de la constante excitabilidad de las neuronas, para la biosíntesis de sustancias necesarias y la formación de memoria (de la manera que antes he comentado). Sin embargo, ¿qué ocurre en nuestro sistema nervioso cuando dormimos? ¿Se apagan las redes eléctricas? ¿Desaparece la consciencia?
En esencia, transcurren ciclos de cambio en la frecuencia de los impulsos nerviosos, desde frecuencias bajas del sueño profundo, a frecuencias “normales” en la fase de sueño paradójico o fase REM. En la etapa de sueño profundo, las neuronas bailan al unísono con la misma baja frecuencia de manera sincronizada. En la etapa REM, la frecuencia del impulso es igual que en vigilia (cuando estamos despiertos), donde la actividad neuronal ya no es sincrónica sino que vuelve a ser individualizada. En esta fase se producen las ensoñaciones, resultado de la alta actividad neuronal y, por tanto, de la reaparición de nuestro “yo”, solo que en realidades inventadas por nosotros mismos.
La generación de estos ciclos de sueño profundo y fase REM no es constante, y conforme transcurre la noche, la fase REM se hace más notable. Si nos ponemos a pensar esto tiene sentido, ya que si necesitamos despertarnos sería de utilidad tener preparada la mente para un nuevo día.
Estos procesos, y otros muchos, son los que se estudian hoy en día en materia de neurobiología. Puede que solo hayamos dado unas pinceladas a nuestros comportamientos más anecdóticos, pero nuestro sistema neurológico tiene más información que ofrecer y que percibir.