lunes, 20 de mayo de 2013

¿Y si el depredador no fuera peligroso?


Imaginemos, por un momento, que usted fuera un pequeño pájaro, volando en su hábitat natural. De repente, a unas pocas decenas de metros, ve un águila real aproximándose por su costado. ¿Qué haría usted? La respuesta es, evidentemente, escapar (a no ser que le apasione la idea de ser engullido por este ave rapaz).

Columba livia, nuestra protagonista
Imaginemos que sólo escucha a este ave rapaz, pero no logra verla. ¿Escaparía hacia ningún lado, corriendo el riesgo de ser visto o incluso de encontrarse con el depredador, o esperaría a recibir alguna nueva señal antes de tomar una decisión?
Quizá al ir leyendo esta entrada alguno haya pensado: “imposible, los animales no son tan listos, escaparían y punto”. Pero, una vez más, parece que los que nos equivocamos somos nosotros.

Y es que las habilidades de inferir y deducir diversas señales en el reconocimiento de depredadores y así poder evitarlos, han sido descritas en muchas especies animales. Sin embargo, esas habilidades de inferencia no siempre se limitan a simples procesos asociativos (predador = peligro = escapar), sino que van más allá.
Al parecer, hay muchos animales cuyos receptores no tienen una respuesta automática que detone una acción (como la de escapar), sino que parecen tener el conocimiento contextual en cuenta, y además son capaces de discriminar entre los distintos tipos de señales. De todo esto se ha encargado un equipo de investigadores austriacos, del Departamento de Biología Cognitiva, de la Universidad de Viena.

Buteo buteo, el depredador
El experimento consistió en someter a un grupo de 60 palomas adultas (Columba livia), a un paradigma de ACLIMATACIÓN y DESACLIMATACIÓN (“Habituation/Dishabituation”, en inglés). Para ello, se escogió el depredador natural de la paloma, el busardo ratonero (Buteo buteo) y como señal “control”, el faisán común (Phasianus colchicus). Básicamente, se trataba de mostrar a las palomas señales visuales (“peluches” rellenos, bastante parecidos a los reales) y/o acústicas (sonidos grabados y reproducidos en un altavoz) de estos dos animales. Esto se hacía hasta que se acostumbraban a ellos (volviendo a su rutina normal, e incluso durmiendo).

Phasianus colchicus, "Control"
Una vez se hubieran aclimatado, se les cambiaba la señal, para ver cómo reaccionaban. Se probó con todas las combinaciones de señales posibles, pero algunas fueron muy representativas: aquellas palomas que habían sido aclimatadas con señales del busardo y se les cambiaba a faisán, no veían peligro en el cambio (el faisán no es depredador de las palomas), así que se quedaban tranquilamente. Sin embargo, las que se habían acostumbrado a la presencia (o al sonido) del faisán, y de repente veían (u oían) al busardo, se ponían de los nervios e intentaban salir de la jaula en la que estaban.

Sin pararme a explicar todos los casos que se dieron, diré que, en síntesis, lo que este grupo de investigadores descubrió fue, con matices, justamente lo que habían previsto: las palomas no son tontas. ¿En qué sentido? Pues en dos sentidos:
  •             Primero, son capaces de tener en cuenta acontecimientos pasados a la hora de reaccionar ante las señales. Si se las sometía a una señal de aclimatación visual de un busardo durante un tiempo, y después se las intentaba “desaclimatar” con una señal acústica de busardo, apenas reaccionaban. ¿Por qué? Muy sencillo. Ellas han visto que el busardo ya está ahí, y que no ataca ni hace ningún movimiento. El hecho de escucharle hace que incluso estén más relajados, ya que ni siquiera le ven. Si se hacía lo contrario (primero acústica y luego visual), ellas se asustaban, de lo cual se puede interpretar que se fían más de las señales visuales, tomándolas con mayor urgencia que las acústicas. Evidentemente, si tienes al depredador delante y lo ves, la sensación de peligro es mayor, ¿no?.

  •       Segundo, dan mayor importancia a las señales visuales que a las acústicas. Esta discriminación obedece a un hecho muy simple: en la naturaleza, los depredadores (al igual que las presas) están continuamente comunicándose, y no siempre tienen como objetivo atacar a nadie. Si por cada vez que nuestra querida paloma oyese a un busardo, echara a volar como alma que lleva el diablo, para mediodía estaría tan agotada que, paradojas de la vida, no podría escapar del busardo. 


Una de las cuestiones que quedan por dilucidar, tomando los resultados de este experimento, es en qué medida las palomas discriminan las señales, y también el por qué y cómo lo hacen. Eso será otro reto más. De momento, tenemos la paloma en la mano, ¿cogeremos a los cientos que vuelan?

No hay comentarios:

Publicar un comentario